A veces la espera es más agradable; sobre todo si es Arturo quién nos cuenta cómo recuerda su familia esos primeros pasos de nuestra residencia:
Cuando en familia comentamos las primeras impresiones que nos produjo la Fundación Betesda, siempre lo asociamos a lo mismo: un auténtico milagro. Tradicionalmente reservamos esta palabra para fenómenos sobrenaturales o especialmente sobrecogedores, pero bien se puede aplicar a este caso. No se contaba con más medios que la firme determinación de algunas personas, unas con algún familiar discapacitados pero otras muchas no. Las necesidades parecían muy grandes y los recursos, muy escasos. Pero se pudo con ello. La residencia lleva funcionando doce años donde antes no había nada, y además otra en camino a corto plazo.
Cuando se inauguró la residencia Belisana, apenas había residentes, parecía que los espacios vacíos no se iban a llenar nunca y entre el personal había una mezcla de entusiastas voluntarios y profesionales, que en cualquier caso era diferente de la profesionalidad actual.
Sería de desear que, tras otros doce años, la Fundación Betesda cambiase tanto como hasta ahora.